Cuando la muerte es parte de la vida de un pueblo
La muerte es un concepto muy presente en la cultura mexicana, quizás demasiado. El día de muertos y su numero sin fin de cuentos, historias, canciones, películas, libros lo atestiguan. Tanto es así que esta idiosincrasia también ha llegado a ser malinterpretada. Hoy en día no son pocos aquellos que creen que el mexicano no sólo no le teme a la muerte sino, incluso, que tiene con ella una relación de placer, casi morboso. Nada podría ser más falso. El mexicano, como todos, le teme a la muerte. Más bien es cierto que si cada pueblo tiene su propia manera de abordarlo, ciertamente el suyo es con indolencia.
“Una civilización que niega la muerte acaba negando la vida” (Octavio Paz)
“El culto a la vida, si es verdaderamente profundo y total, es también culto a la muerte. Son inseparables. Una civilización que niega la muerte acaba negando la vida”. Así escribía en el 1950 el premio Nobel Octavio Paz en su Laberinto de la soledad, para aclarar como la muerte, para los mexicanos, es un asunto serio. Empezando por el hecho que siempre los ha identificado como pueblo. El culto de los muertos ha sido practicado durante tres mil años por los casi 60 grupos indígenas presentes en el Pais. Tanto que en 2003 fue reconocido por la Unesco como una “obra maestra del patrimonio verbal e intocable de la Humanidad”. Primero y único caso por aquí, ya que todos los demás reconocimientos están relacionados con sitios físicos, históricos y culturales.
El origen del Día de Muertos
Originariamente las celebraciones de los muertos se daban en el noveno mes del calendario azteca, hacia fines de agosto. Promovían el encuentro no solo con los antepasados (los indígenas guardaban, por ejemplo, las calaveras de sus difuntos) sino también entre familias, comunidades, etnias. Estas, durante una semana al año, compartían experiencias, historias e ideas. Fortalecían una diversidad cultural que hoy se ve, cada vez más, amenazada por la globalización y por políticas poco atentas a las minorías. Con la Conquista el mundo indígena y el europeo se encuentran, chocan y se fusionan de alguna manera, desarrollando nuevas formas de expresión cultural. Y la celebración de los muertos, por supuesto, no es una excepción.
La conquista y la fusión cultural
A la fecha el culto de los difuntos permanece con fuerza en las comunidades, y la muerte sigue siendo una presencia viva, no una ausencia. Desde el 28 de octubre hasta el 2 de noviembre, de acuerdo ahora al calendario católico, los espíritus de los difuntos regresan con sus seres queridos cada medio día. Los cuales les preparan, como buenos anfitriones, majestuosos altares repletos de adornos festivos: de fotos de los difuntos, pero también de su equipo favorito. De flores, como el famoso cempasúchil o “flor de los muertos” capaz, en el imaginario mexicano, de poder retener los rayos del sol y así “iluminar” el camino de los seres queridos fallecido. De objetos queridos por los difuntos mismos. También velas votivas, bebidas y comidas preferidas (no puede faltar el popularísimo “pan de muerto” típico de la región de Oaxaca).
Y, por supuesto, la calavera, aquí normalmente ofrecida en forma de postre azucarado, la famosa “Catrina”. Convertida en icono por el ilustrador Josè Guadalupe Posada y dada a conocer al mundo entero por el gran Diego Rivera.
El altar de muertos
La realización del altar es, sin duda, un fenómeno transversal que, en esa ocasión, acomuna todo México. Lo encuentras, en estos días, en la casa de Carlos Slim, el latino más rico del mundo, así como en la choza del último de sus trabajadores. Tradicionalmente los altares tienen tres niveles (para simbolizar la vida sobrenatural, la terrenal y el inframundo), pero también hay de dos e inclusive de siete. La muerte sigue un verdadero calendario tan preciso y puntual como aquel de un consultorio odontológico. El día 28 llegan los fallecidos en accidentes o de manera trágica (día, lamentablemente, muy abarrotado aquí en México). El 29 es el turno de los ahogados. Dia 30 y 31 para las almas que están en el limbo (los niños no bautizados y los olvidados). El primero de noviembre van los niños y, finalmente, el día 2, el “gran cierre” con los adultos.
México, el País de los muertos
Sin Embargo, además de esta dimensión íntima y familiar, también hay una dimensión que podríamos definir “social” del culto. En algunas zonas del País, como la Ciudad de México, Oaxaca y Michoacán, los cementerios en estos días siguen llenándose de fieles que se reúnen para celebran a sus seres queridos. Y lo hacen de forma sobresaliente! Por ejemplo en Mixquic, pequeño pueblo del área metropolitana de la CDMX, el cementerio se transforma en estos días en una verdadera feria de pueblo. Un “sold out” repleto de gente, olores, colores, sonidos, luces y vitalidad.
Aquí el “genius loci” está presente con fuerza. Representado por un encantamiento colectivo que involucra emocionalmente y profundamente a todos y cada uno de los participantes. Mixquic es el lugar que inspiró “Coco“, la película de Disney/Pixar que entregó definitivamente a México como “el País donde se festeja a los muertos”. Donde la muerte es parte pulsante de la vida.
Día de muertos como expresión de la variedad cultural de México
Más allá de las múltiples consideraciones relacionadas con el concepto atávico de la muerte, el “día de muertos” representa una de las principales expresiones de la enorme variedad y calidad histórico-cultural de este país, maravilloso, complejo y contradictorio. Dimensionarlo bajo esta luz es, además de necesario, apropiado. El culto de la muerte es un fenómeno que trasciende lo cotidiano y mantiene sus raíces en una tierra tan antigua como el mundo, donde los prejuicios dan el paso al afanoso deseo de profundizar el gran y fascinante Misterio de la Vida y de la Muerte. Otras interpretaciones serían superficiales y limitantes.
